Durante la semana pasada lo vimos. Bien a través de los medios de comunicación, o en riguroso vivo y directo, quienes vivimos en la zona centro sur del país, presenciamos cómo el clima generaba eventos que antes solo imaginábamos propios de otras latitudes, fenómenos para los cuales no estamos preparados.
Los tornados ocurridos en la ciudad de Los Ángeles, San Carlos, Yungay, Coihueco y Collipulli más la tromba marina que afectó a Talcahuano y Concepción generaron una sensación de inseguridad y de impotencia frente al poder arrasador de la naturaleza. En una fracción de segundos el pánico y la devastación tiñeron de silencio, sufrimiento y desazón a centenar de personas afectadas directa e indirectamente con estos fenómenos.
Han salido a la luz recuerdos periodísticos e historiográficos sobre la existencia de fenómenos similares a lo largo de nuestra vida republicana, para tratar de comprender que no son hechos inéditos o desconocidos para esta tierra, y aunque no exista una precisión científica sobre su correspondencia con esta geografía que nos permita comprender su comportamiento, tenemos delante de nosotros un factor de incidencia muy relevante, el cambio climático. Estamos frente a una de las misiones más importantes que debe abordar la humanidad: discutir y tomar acciones concretas para enfrentar el tema del cambio climático.
Estudios que hemos conocido recientemente pronostican un panorama apocalíptico. Expertos del Centro Nacional de Restauración del Clima Breakthrough (Melbourne, Australia), sostienen que se presentarán veinte días de calor letal al año, ecosistemas colapsados y más de 1.000 millones de personas desplazadas por sequías y escasez, especulaciones que pueden parecer alarmistas pero, nada más errado que ignorar las falencias que hay a nivel educativo sobre la capacidad que tenemos de ser reales agentes de cambio para resguardar el mundo en el que convivimos.
En el 2050 tendré, si llego a la fecha, 65 años. Para entonces, miles de sucesos habrán ocurrido en todo ámbito del conocimiento, de la cultura y de la sociedad. Acontecimientos inimaginables a día de hoy, cuando nos planteamos a una decisión histórica de supervivencia, en la que todos debemos asumir la responsabilidad de nuestro destino.
Chile tiene una oportunidad única de atreverse a liderar los procesos de cambios que se proyecten durante el mes de diciembre en la COP25, así como también hemos visto implementarse una serie de medidas que apuntan a ser el paso inicial de grandes cambios en la materia. Nuestro país es uno de los pioneros en la disminución del uso de plásticos, la implantación de la electromovilidad, la aplicación de la ley de responsabilidad extendida al productor y el plan para el cierre de todas las centrales termoeléctricas a carbón del país en 2040… Sin embargo, también tenemos deudas fundamentales que debemos atender. La conservación de nuestra flora y fauna, el cuidado del agua, la educación y formación en torno a la sustentabilidad, al reciclaje, a la reutilización, a nuestro estilo de vida y nuestra forma de convivir con la naturaleza.
No podemos esperar hasta el año 2050 para comprobar lo acertado de las predicciones y darnos cuenta solo entonces de que estamos frente al epílogo de nuestra existencia. No se puede mirar hacia el lado, ni menos señalar que es preocupación exclusiva de las nuevas generaciones. Somos responsables de tomar las riendas del asunto. La responsabilidad recae en nuestras manos y debemos comprometernos a generar los espacios y situaciones necesarias para comenzar a enfrentar esta crisis.
En este sentido, un proyecto al cual podemos involucrarnos es el de “Cambia el Clima”, una iniciativa que busca poner a la ciudadanía en el centro de los desafíos para promover la toma de conciencia sobre los efectos del cambio climático en nuestro país. A través de su sitio (www.cambiaelclima.cl) se ofrece una serie de temáticas desde las cuales se puede participar, colaborar y ser agentes de cambio ante esta crisis que atraviesa a la humanidad.
Este año están siendo los tornados, las trombas marinas, las inundaciones y la sequía los que marcan nuestro convivir con la naturaleza. Desconocemos qué ocurrirá de aquí al año 2050. No sabemos si aún existiremos, si nuestro ecosistema se habrá estabilizado o si la crisis se ha acentuado hasta un punto sin retorno. Es por esto que hoy es necesario marcar la diferencia, no solo por nosotros sino por cada especie que convive con nuestros errores.
Sobre el autor:
JP Cifuentes Palma es escritor, profesor de lenguaje chileno. Columnista en la Revista Pudú y autor de los poemarios “Dile a Jesús que tenemos hambre” (2016), “Dios castiga pero no a palos” (2016), “A oscuras grité tu nombre en el muro de Berlín” (2016), Destrucciones a las 11 AM (2018) y de las novelas breves “El Ataúd” (2017) y “El último que muera que apague la luz” (2017). Este año ha publicado el libro de cuentos de terror “La supervivencia del caos”. <juanpix85@gmail.com>
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